Francisco un Laico que hace teología

Francisco:

un laico que hace teología



Jerónimo Bórmida


Francisco fue uno de los teólogos más notables en la historia del cristianismo... Más aún, si teólogo es aquel que experimenta fuertemente a Dios en su vida y que además tiene la capacidad de expresar esa vivencia en fórmulas gestuales, habladas o escritas, entonces el pobrecito de Asís fue uno de los teólogos eminentes no sólo en el ámbito eclesial, sino en la historia de la humanidad. Francisco fue un teólogo “laico”: no fue ni un profesional de la religión ni un dirigente ordenado de la iglesia institucional.
Se ha estudiado suficientemente acerca del grado de instrucción civil y religioso que poseyó Francisco[1], pero no es éste el punto. Un gran experto en la “ciencia de Dios” puede ser analfabeto y lo demuestran muchos de los grandes místicos del cristianismo. Lamentablemente los axiomas prejuiciales, clásicos en la iglesia, reservan la teología a los clérigos y a los universitarios. Un ejemplo: el Dizionario Francescano[2], al tratar el tema de la iglesia, afirma que Francisco era lo suficientemente ignorante e idiota como para no ser capaz de elaborar una eclesiología. Parece que solamente los doctos y titulados pueden pensar a Dios y hablar de Dios.

Teología popular y teología científica

Todo ser humano, en cuanto humano, por el simple hecho de ser tal, tiene alguna experiencia de Dios y por lo tanto es “teólogo”, porque ha realizado algún tipo de reflexión, a nivel más o menos consciente, sobre su propia experiencia. Como todo individuo es impensable sin comunidad, este conocimiento humano acerca de Dios y de lo que Dios quiere para el hombre, lo encontramos codificado en sistemas de creencias, (conjunto de experiencias, tomas de conciencia, formulaciones) que se ubican en el campo de las cosmovisiones, llámense éstas religiones, culturas, ideologías o espiritualidades. Estos sistemas pueden ser llamados, sin reservas, verdaderas teologías populares.
Todo humano confiesa, con sus palabras y sus gestos, con su teoría y su praxis, una serie de creencias acerca de Dios y de la voluntad de Dios. Incluso aquél que afirma que Dios no existe, o que si existe no puede ser conocido, o que arguye que si existiera no pudiera permitir el mal en el mundo... ese tal elabora una teología. A nivel de creencias populares encontramos un tratado de Dios, marcadamente "económico": doctrinas sobre la gracia, la salvación y la perdición, la pertenencia a la Iglesia, la celebración de los sacramentos, el proyecto humano y la escatología, etc., etc.
Si la teología "popular" es una sistematización simbólica de la fe, hay que tener en cuenta que no hay una teología popular: existen tantas "escuelas" teológicas populares como diferentes son los caldos de cultivo donde éstas nacen y crecen. Francisco de Asís nos ofrece, en el contexto medieval, una síntesis genial de una teología popular madurada durante varios siglos al margen de los monasterios y de las universidades.

La teología popular en los siglos XII y XIII

La Teología Escolástica no es la única - ni la más importante - de las realidades eclesiales de los siglos XI-XIV. Los movimientos laicales evangélicos pauperísticos de la época elaboran mística, teología, derecho vitalmente paralelo y frecuentemente en conflicto con las ideologías-teologías dominantes. San Francisco es como el paradigma de ese tipo de pensamiento alternativo.
Lamentablemente, con excepción del franciscanismo, no contamos con fuentes escritas originales provenientes de los movimientos pauperísticos medievales. Las fuentes de las actas inquisitoriales no son confiables. Por lo que podemos entrever, las doctrinas de estos movimientos, generalmente, son perfectamente ortodoxas, al menos en los orígenes  Al parecer estamos ante el fenómeno de grupos que son incomprendidos por la jerarquía, porque elaboran una teología propia, original, diversa de la oficial.

La Sagrada Escritura

En primer lugar los laicos de estos movimientos, tanto hombres como mujeres, se caracterizan por estar fascinados por la lectura de las EscriturasEl pueblo que no entiende latín se hizo traducir en lengua vulgar muchos libros del Antiguo y Nuevo Testamento, es especial los Evangelios, las Epístolas de Pablo, el Salterio y Job. A lo largo de los siglos XI-XIV encontramos a laicos que no solo leen, sino que interpretan, comentan las Sagradas Escrituras, todo en su lengua vernácula y ajenos a las interpretaciones oficiales de la tradición “culta” de la iglesia jerárquica.
Estos laicos aprenden la Escritura de memoria –la mayoría no sabe leer- escuchada en lengua compresible para el vulgo –la mayoría no sabe latín-. Pero, además y por añadidura, para ellos la Biblia no es teoría: en sus vidas cotidianas de gente simple, se dejan llenar por el mensaje y por las actitudes sugeridas por el texto. Oyen e interpretan por ellos mismos sin dependencia de la exégesis oficial, tratan de vivir de acuerdo a su nueva inteligencia de la revelación bíblica... y, por fin, predican a los demás lo que el Espíritu les reveló.
La iglesia jerárquica se sintió acosada por el carácter popular y laical de lo que podríamos llamar biblicismo pauperístico y reaccionó de modo drástico, inequívoco: los laicos no deben tener acceso a la Biblia[3]Léase este texto cruel de una bula de Inocencio III:
Fue determinado correctamente en la Antigua Ley que la Bestia que tocase el monte debía ser lapidada. Del mismo modo decimos que ningún simple e indocto presuma allegarse a la sublimidad de la Sagrada Escritura, menos aún predicarla a los demás.
Pedro Valdo, antecesor de Francisco de Asís dedicó su vida a difundir los Evangelios y todo lo que había aprendido de memoria. El texto siguiente no tiene desperdicio:
He visto con mis propios ojos a un joven campesino que ha pasado solamente un año en casa de un hereje valdense pero que a fuerza de escuchar atentamente y de repetir con cuidado lo que había escuchado, había memorizado en ese corto tiempo cuarenta trozos evangélicos dominicales. Todo esto lo había aprendido palabra por palabra, en su lengua materna... He visto también a laicos que eran capaces de recitar de memoria una buena parte de los evangelios según Mateo y Lucas, y especialmente todo lo concerniente a las palabras, y enseñanzas de nuestro Señor. En efecto, ellos saben repetirlo fielmente, con algunas faltas aquí y allá.
Pocos centros intelectuales pueden, en esa época, rivalizar con los valdenses en lo que concierne a su febril aplicación al estudio de la Biblia, a su ardiente entusiasmo por aprenderla en lengua materna. En un tiempo en el que los medios de instrucción eran pobres y rudimentarios, un florecimiento tal de energías intelectuales en las capas inferiores de la población, no puede menos que llenarnos de asombro. Leemos en un documento del siglo XII que los valdenses, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, se dedicaban sin reposo, día y noche, a aprender y a enseñar. Un obrero ocupado en su trabajo durante el día, se apresara apenas cae la tarde y corre a estudiar y a instruir a otros más ignorantes que él. Hasta un niño de siete años, habiendo aprendido de memoria un versículo de la Biblia, va a buscar a alguien con quien compartirlo... Sin duda, para los espíritus incultos, no habituados a la gimnasia mental, un trabajo intelectual de este tipo debía ser muy penoso, pero gracias a su obstinación, a su perseverancia cotidiana y al método del “disce quotidie unum verbum” a menudo obtenían resultados notables, a veces francamente extraordinarios[4].

Libertad ante la teología clerical

Un segundo elemento a destacar de esta teología laical evangélico-pauperística es que de independiza de la tutela de los clérigos. Por empezar, Biblia en mano, se resisten abiertamente a la doctrina de los sacerdotes de sus parroquias. El conocimiento que tienen de la Escritura les permite demostrar que los sacerdotes no tienen derecho ni a prohibirles un estilo de vida de acuerdo al evangelio, ni a impedirles la predicación al estilo de los apóstoles. Ellos se creen con libertad para reunirse con aquellos que libremente optan por su forma de vida. Comparada la predicación y doctrina de estos laicos evangélicos con la ignorancia y la vida no muy santa de los sacerdotes, la balanza se inclina a su favor. El rechazo al clero corrupto e ignorante termina en negación de participar en los sacramentos que ellos celebran. Se los acusa de tener la pretensión de revivir los albores de la Iglesia y la vida de los apóstoles.
Ante la pretensión de los laicos de leer e interpretar la Biblia sin la mediación de los clérigos y teólogos, el magisterio responde con una prohibición: los laicos más rudos no deberán atreverse ni a juzgar las Escrituras Sagradas, ni a reunirse ni a predicar sin autorización, ni a despreciar a los sacerdotes de la Iglesia.
El laico Francisco lee la escritura, confiesa la ausencia de mediación jerárquica en su intuición fundante y reclama el derecho al Espíritu que reposa sobre todos y cada uno de los fieles.
Y después que el Señor me dio hermanos nadie me mostraba lo que debía hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debía vivir según la forma del Santo Evangelio. El Señor me dio comenzar a hacer penitencia... El Señor me condujo en medio de los leprosos... El Señor me dio una fe tal en las Iglesias... El Señor me dio y me sigue dando una fe tal en los sacerdotes...[5].

Nueva interpretación de la doctrina

Los pobres evangélicos, al hacer una nueva exégesis bíblica que tiene a la propia vida como clave hermenéutica, se apartan de la doctrina oficial en algunos puntos muy controversiales.
Lamentablemente no podemos saber con certeza cuáles fueron sus doctrinas dado que no se han conservado sus escritos. No es seguro que sean totalmente exactas las acusaciones de los clérigos incapaces de entender el nuevo lenguaje. Vemos que se los acusa de no creer que el Papa tenga en la tierra una autoridad igual a la de Pedro, de negar la existencia del Purgatorio, de sostener que nadie y, en ningún caso, tiene el derecho de matar a un hombre o de prestar juramento, y de que nada impide a los fieles confesarse los pecados unos a otros...
Hoy en día estas afirmaciones no harían perder la calma a ningún teólogo católico medianamente instruido, pero si somos capaces de ubicar en clave feudal la real portada social, política, económica de las nuevas doctrinas, entonces comprendemos el porqué del sobresalto de las autoridades civiles y eclesiásticas de la época.
Tomemos, a título de ejemplo, de una de las acusaciones: se dice que estos teólogos laicos no quieren jurar. La negativa a prestar juramento tiene notable importancia en el cuadro de la cristiandad medieval. El juramento estaba en la base de su pirámide social. Rehusarlo equivalía a rechazar el orden establecido, sustituir el ordenamiento jerárquico de la sociedad político-religiosa por una suerte de libertad cuyas consecuencias eran imprevisibles. Una de ellas, una de las no menos importantes, era la implícita o explícita negación de la cruzada. No cabe duda que la teología de los laicos puede ser peligrosa.

Teología de los “idiotas

En el lenguaje de sus adversarios eclesiásticos la teología laical del movimiento pauperístico no es sólo el producto intelectual de laicos cultos que no recibieron ningún ministerio ordenado. Se los quiere denigrar diciendo que son trabajadores, gente pobre, sin instrucción, laicos carentes de cultura, individuos simples y nómades sin casa[6].
Los sermones de san Bernardo (ver el sermón 65 y el 66) nos informan acerca de esa gentuza, vil, rústica, sin letras e inepta, más que herejías sutiles, sostienen cosas capaces de persuadir a mujerzuelas rústicas e idiotas, como son, efectivamente, las que pertenecen a dichas sectas: son hombres rústicos, idiotas y hasta despreciables.
Francisco no fue en rigor de términos un verdadero ignorante e iletrado, y que tampoco fue un letrado y un docto.  Fue más bien alguien que optó por permanecer, aún después de su conversión con el grado de cultura común a la gente de su rango, enriqueciéndola solamente con una lectura más asidua de la Biblia, especialmente de los evangelios[7].
En los escritos de San Francisco y en las biografías es frecuente el término "idiota" y fue el mismo Francisco se sirvió del término para expresar uno de los puntos programáticos de su vida espiritual. Como dice en su Testamento: éramos idiotas y estábamos sometidos a todos. Idiota significa más aquél que no tiene una función pública ni un título académico. Un teólogo idiota es aquel que no ha pasado por universidades ni tiene misión canónica para hacer u enseñar teología.
San Francisco quiere permanecer dentro de la iglesia, pero no le interesan  los títulos y no tenía en su vida más maestro que Cristo[8], quiere ser semejante a los simples e idiotas que siguen las huellas de Jesús. Puede ilustrar el ejemplo de Pedro Valdo, quien apostó a  vivir al estilo de los herejes pero dentro de la Iglesia[9].

La teología laical de Pedro Valdo

En 1179 Valdo y sus seguidores fueron a Roma[10] a solicitar confirmación de su vida al Papa Alejandro. Este alabó y abrazó a Valdo por su opción de pobreza voluntaria, no encontrando nada que objetar sobre la exactitud y ortodoxia de la traducción de la Biblia. Pero para concederles el ministerio de la predicación les obligaron a pasar por un examen teológico. Le encargaron este examen a un tal Walter Mapp, clérigo inglés. La autorización para predicar les fue negada, y Alejandro III los despidió diciendo que podrían predicar solamente cuando los sacerdotes de la región donde se encontrasen se lo solicitaran[11].
Este es el relato de aquel encuentro, narrado por el examinador:
En el Concilio romano celebrado bajo Alejandro IIIº, vimos valdenses, gente simple y sin cultura, así llamados por el nombre de Valdo, su jefe, que vivía en Lyon, sobre el Ródano. Presentaron al Papa un libro escrito en gálico, que contenía el texto y la glosa del Salterio y de muchos escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Pedían insistentemente que se los autorizara a predicar creyéndose preparados para ello - cuando, en cambio, no andaban capacitados más que para los primeros rudimentos. ¿Pero se arrojan las perlas a los puercos y la Palabra ante imbéciles ineptos para comprenderla y comunicarla? Ciertamente, no.
En presencia de muchos teólogos expertos en derecho canónico me fueron traídos para que los examinase, dos valdenses considerados de los más eminentes de la secta.
Ellos pensaban hacerme callar... Me preparaba a responder, cuando el presidente me ordenó proceder al interrogatorio. Los enfrenté con preguntas elementales que todos saben contestar, sospechando con razón que el asno que gusta del cardo no desdeña la lechuga:
-¿Creéis en Dios Padre?
- Ellos contestaron: Creemos.
-¿Creéis en el Hijo?
- Ellos contestaron: Creemos.
-¿Creéis en el Espíritu Santo?
- Ellos contestaron: Creemos.
-¿Creéis en la madre de Cristo?[12]
- Ellos contestaron aún: Creemos.
Ante estas palabras estalló la risa de toda la asamblea... Estas personas se retiraron todas confusas. ¡Pero era justo que así fuera!
Pretendían guiar ellos, que ellos que estaban sin guía como el Faraón que ignoraba hasta el nombre de sus caballos[13].
Este relato no enfrenta a la trágica incapacidad de diálogo entre teólogos de oficio y teólogos populares. Un teólogo laico no sabe qué responder ante las disquisiciones eruditas de los profesionales de la teología: el laico perdió el examen al no saber la distinción entre teotokos y cristotokos.

Tres teologías medievales

Podemos distinguir tres grandes corrientes del pensamiento teológico medieval: la teología monástica, un ejemplo es San Antonio de Padua; la teología escolástica de la sobran ejemplos -Buenaventura, Tomás de Aquino-; y, por fin, una teología que yo llamaría laical, típica de los movimientos evangélico-pauperísticos cuyo ejemplar más importante es San Francisco de Asís. A continuación analizaré estos tres tipos de “hacer teología”, a través de pensar el misterio de Cristo.

La teología monástica

El monje practica la “lectio divina”: en la soledad de su celda rumia la Escritura santa y la comenta recurriendo a la alegoría. San Antonio aprende teología en la escuela del monasterio agustino y usa y abusa de la alegoría. Tomaré algunos ejemplos de sus sermones. En uno de los esquemas para el Domingo de Ramos, a fin de  ilustrar un pasaje bíblico, trae a colación una historia contada por un tal Pedro Comestor: 
Se cuenta que el muy sabio rey Salomón poseía una especie de ave -un avestruz- a cuyo hijo había encerrado en un frasco de vidrio.  La madre lo miraba muy afligida, pero no podía tenerlo. Finalmente, por el extraordinario amor por el hijo, fue al desierto, donde halló un gusano, lo llevó consigo y lo despedazó sobre el frasco de vidrio.  El poder de la sangre del gusano quebró el vidrio y así el avestruz liberó a su polluelo.
Y así explaya sus significados alegóricos:
Veamos qué significados tienen el avestruz, el polluelo, el frasco de vidrio, el desierto, el gusano y su sangre. El ave es figura de la divinidad; el polluelo, Adán y su posteridad; el frasco de vidrio, la cárcel del infierno; el desierto, el vientre virginal; el gusano, la humanidad de Cristo; la sangre, su pasión.  Dios, para liberar al género humano de la cárcel del infierno y de la mano del diablo, vino al desierto, o sea, al vientre de la Virgen, de la que asumió "el gusano", o sea, la humanidad.  El mismo dijo: "Yo soy un gusano y no sólo un hombre" (Salm 21, 7), porque era Dios y hombre. Despedazó el gusano en el patíbulo de la cruz, y de su costado salió la sangre, cuyo poder quebró las puertas del infierno y liberó al género humano de las manos del diablo.
En el Domingo IV de Cuaresma, Antonio explica la discordia de los judíos acerca de la persona de Jesús: unos decían que era bueno, otros que engañaba a la gente. Además aclara que Jesús no fue prestamista. 
Cristo no fue prestamista, porque no encontró entre los judíos a persona alguna a la cual prestar la suma de su doctrina; y nadie le prestó a El, porque no quisieron multiplicar con las buenas obras el tesoro de sus enseñanzas.   
Un último ejemplo del mismo sermón, así explica el texto de Joel 3, 18: "En ese día brotará una fuente de la casa de David y regará el torrente de las espinas":
En el día de la natividad, una fuente, o sea, Cristo, brotará de la casa de David, o sea, del vientre de la bienaventurada Virgen, y regará el torrente de las espinas, o sea, nos levantará del cúmulo de nuestras miserias, que todos los días nos punzan y hieren. 

La teología escolástica

La teología del escolástico Escoto “trata sólo de las cosas que se contienen en las Escrituras, y de las que pueden colegirse de las mismas"[14]. Veamos cómo un universitario teologiza a partir de la Biblia.
Escoto lee en Romanos 13, 8.10 que nuestra única deuda mutua es la del mutuo amor y que quien ama al prójimo, ha cumplido la ley... y que la caridad es la ley en su plenitud. Además, encuentra, en Mateo 22, 37-40, a Jesús enseñando que en el doble mandamiento del amor se resume toda la Ley y los Profetas.
Escoto concluye que Dios se hace conocer para ser apetecido y alcanzado, de modo que nuestro fin último sea amarlo y desearlo.
"Pero amar y desear el objeto conocido y amado, y amarlo y desearlo en cuanto puede circunstanciarse de esta o de aquella manera, esto es verdaderamente praxis, la cual, lejos de seguir naturalmente a la aprehensión del objeto, es libremente productible con rectitud o sin ella"[15].
La perfección última de la vida humana se consigue en la práctica de la caridad. Desde este presupuesto podemos decir que el saber supremo es aquél que regula el comportamiento en el amor. Escoto pone la suprema perfección del hombre en la acción que se orienta a la caridad, que siempre se mueve en el campo de la libertad; el hombre siempre es libre para amar[16]:
Porque Dios es caridad, formalmente es también amor de generosidad. Dios ama el bien de su esencia con amor infinito. El amor que Dios se tiene no es envidioso ni celoso, por eso quiere que otros seres distintos de sí, Cristo y los elegidos participen del bien de su esencia... Siguiendo la lógica de su razonamiento llega a la formulación del principio del amor ordenadísimo de Dios, piedra fundamental de su cristología.
  "Así pues digo: primero Dios se ama; segundo se ama en los otros, y este amor es casto; tercero quiere ser amado por otro que le pueda amar sobremanera, hablando de un amor de alguien exterior; y cuarto prevé la unión de aquella naturaleza  debe amarle sumamente que, aunque nadie hubiera pecado"[17].

La teología de los laicos

Decíamos que, a fines del siglo XII, Inocencio III, dice que hay un no pequeño número de laicos y de mujeres, fascinados por el deseo de las Escrituras a las que estudian y luego se la predican unos a otros, lo que hacen con gusto, y ellos piensan que hasta con buen tino.
Los laicos no leen sino escuchan la palabra, dado que en su mayoría son analfabetos. Estamos ante la “auditio” no ante la “lectio” divina. Pero además la escuchan en comunidad. Un ejemplo ilustrativo:
Para San Antonio (sermón del Domingo de Quincuagésima) las sandalias son las obras muertas, que debes quitarte de los pies, o sea, de los afectos de tu mente, porque la tierra, o sea, la humanidad de Cristo, en la que estás por medio de la fe, es santa y te santifica a ti, pecador.
Para Francisco de Asís las sandalias son las sandalias. Cuenta Celano que, cuando se encontraba ya en el tercer año de su conversión, vestía un hábito de ermitaño, sujeto con una correa; llevaba un bastón en la mano, y los pies calzados. Un día, con otros hermanos escuchaba en la iglesia el evangelio de la misión de los discípulos a predicar. Dado que la lectura litúrgica era en latín el santo de Dios no comprendió perfectamente las palabras evangélicas y tuvo que pedir humildemente al sacerdote que le tradujese el evangelio. El sacerdote le fue explicando todo cuando oyó: que los discípulos de Cristo no debían poseer ni oro, ni plata, ni dinero; ni llevar para el camino alforja, ni bolsa, ni pan, ni bastón; ni tener calzado, ni dos túnicas, sino predicar el reino de Dios y la penitencia. Celano, saltando de gozo, lleno del Espíritu del Señor, exclamó: "Esto es lo que yo quiero, esto es lo que yo busco, esto es lo que en lo más íntimo del corazón anhelo poner en práctica". Aquí viene lo típico de la exégesis laical, lo escuchado y entendido se pasa a la vida. La vida es la hermeneuta de las palabras de Dios.
Rebosando de alegría, se apresura inmediatamente el santo Padre a cumplir la doctrina saludable que acaba de escuchar; no admite dilación alguna en comenzar a cumplir con devoción lo que ha oído. Al punto desata el calzado de sus pies, echa por tierra el bastón y, gozoso con una túnica, se pone una cuerda en lugar de la correa...... Todo lo demás que había escuchado se esfuerza en realizarlo con la mayor diligencia y con suma reverencia. Pues nunca fue oyente sordo del Evangelio sino que, confiando a su feliz memoria cuanto oía, procuraba cumplirlo a la letra sin tardanza[18]
Al escuchar el evangelio, los evangélicos se apartan de la doctrina oficial en algunos puntos discutidos. No pueden deducir de la enseñanza de la palabra que el Papa tenga en la tierra una autoridad igual a la de Pedro, que exista el Purgatorio, que alguien tenga derecho de matar a un hombre, que sea lícito prestar juramento, y que esté prohibido a los fieles confesarse los pecados unos a otros... Y lo que escuchan lo pasan a la vida.
Estos laicos, tildados de herejes, no quieren jurar. El juramento estaba en la base de su pirámide social. Rehusarlo equivalía a rechazar el orden establecido, negar implícita o explícitamente la cruzada.
Esta cristología laical está siendo elaborada por trabajadores, gente pobre, sin instrucción, laicos carentes de cultura, individuos simples y nómades sin casa[19].

La teología laical, teología del Espíritu

Cuando hablamos de los espirituales no podemos referirnos exclusivamente al movimiento franciscano vulgarizado con ese nombre, que hunde sus raíces en el mismo Francisco y en sus primeros compañeros y que hace eclosión a fines del s. XIII y primera mitad del siglo XVI.
Estamos ante un movimiento mucho más difuso y difundido, que se refiere a los movimientos pauperísticos medievales y que tiene como profeta al abad calabrés Joaquín de Fiori, admirado anunciador del tiempo de gracia a venir. Los laicos de los movimientos pauperísticos laicales del siglo XII y XIII soñaron con una nueva Iglesia. Y puesto que en la cosmovisión cultural de la época era prácticamente imposible hacer una disociación entre Iglesia y estado, estos grupos sueñan con una correlativa nueva sociedad, fundada sobre otro tipo de estructura totalmente alternativa.
El movimiento dentro del cual se inserta el movimiento franciscano y sin el cual no es posible entender ni a Francisco de Asís ni a la propuesta franciscana primitiva, es profundamente revolucionario. La tesis fundante es que no es posible reformar: hay que hacer nueva la sociedad desde el fundamento. Ni siquiera se trata de una posible inversión de la pirámide: los abajo arriba y viceversa, cosa que al fin y al cabo deja intocado el sistema.
Los laicos espirituales proclaman una figura alternativa de sociedad, de tipo circular, igualitaria, movida internamente, en todos los sentidos, por los vientos del Espíritu que se posa igual sobre el pobre y el rico[20].
Francisco pone en el Espíritu Santo la fuente de la unidad indivisible de su Fraternidad. En el origen neumático se funda tanto su apertura a todas las clases sociales, como la unidad interna que no tolera preferencias o diferencias discriminatorias.
Igualmente, a este propósito, ninguno de los hermanos tenga potestad o dominio, y menos entre ellos. Pues, como dice el Señor en el Evangelio, los príncipes de los pueblos se enseñorean de ellos y los que son mayores ejercen el poder en ellos; no será así entre los hermanos (cf. Mt 20,25 - 26); y todo el que quiera hacerse mayor entre ellos, sea su ministro y siervo, y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor (cf. Lc 22,26).
Y nadie sea llamado prior, mas todos sin excepción llámense hermanos menores. Y lávense los pies el uno al otro (Cf. Jn 13,14)[21].
En la fraternidad franciscana la obediencia consiste no sólo en la renuncia a la lucha por el poder, típica de toda vida religiosa, sino en la renuncia pura simple a todo poder, así como en la renuncia radical a todo tipo de apropiación.
La Regla de Oro de la moral franciscana se basa en un Compórtate, con la bendición de Dios y mi obediencia, como mejor te parezca que agradas al Señor Dios y sigues sus huellas y pobreza[22]Estamos ante una ética fundada en la libertad para seguir la inspiración divina en fidelidad a la propia vocación, es decir, en las antípodas de la ideología del poder.
En la Iglesia de Francisco la santa obediencia consiste en obedecer al espíritu y esto supone, a su vez, obedecer a los hermanos de la propia fraternidad, pero también lo sujeta y somete a todos los hombres que hay en el mundo. La exasperación de una Iglesia del Espíritu de Jesús es que no solamente hay que obedecer a los hombres, sino aun a todas las bestias y fieras, porque el Espíritu obra donde y cómo quiere y la obediencia es descubrir los signos de los tiempos, a veces muy pequeños e insignificantes para los dueños de este mundo.

Conclusiones

1)     No confundo a la teología popular con las múltiples formas de piedad popular cristiana, lugar teológico privilegiado para el teólogo profesional católico. Entiendo por teología popular un fenómeno mucho más difuso, propio de todo ser humano por el simple hecho de ser humano. El teólogo franciscano se entiende en referencia al “Dios de la gente”, al Dios creído y confesado por el  hombre de toda raza, tiempo y nación.
2)     La tarea del teólogo franciscano no tiene razón de ser sino en relación a la teología popular expresada en la enseñanza, en la vida, en el culto, en todo lo que es y lo que cree la comunidad creyente. Prescindir de la fe del pueblo es la tentación permanente del teólogo. El sentido de fe (sensus fidei) que hace del teólogo partícipe de la misma misión y dignidad del pueblo creyente[23].
3)     El teólogo franciscano se define por un estar a la escucha atenta y respetuosa de la nueva hermenéutica que nace de los pobres, los simples, los sin nombre y sin voz.
4)     Como Francisco de Asís el franciscano pide la gracia de la intelección de la palabra que tienen los laicos, reconociendo al Espíritu en todo y en cada uno de los hombres hermanos, fieles e infieles, creyentes y ateos.
5)     El teólogo franciscano no se cree dueño sino poseído por la Verdad que no afecta fundamentalmente su razón sino que hacer arder del amor del crucificado.

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